SENDERISMO EN VEGAS DEL GENIL: Ruta de los labradores de Belicena

Descubre la Ruta de los Labradores de Belicena, un recorrido circular de 5,53 km que te sumerge en el corazón agrícola de la Vega de Granada. Entre acequias, cortijos y caminos rurales, esta ruta sencilla pero cargada de historia rinde homenaje a generaciones de labradores que con su esfuerzo forjaron el paisaje de Vegas del Genil. Una experiencia para caminar, recordar y reconectar con nuestras raíces.

Circular desde Belicena: Ruta de los Labradores por la Vega

Ruta circular de 5,53 km desde Belicena que recorre caminos rurales entre acequias, alamedas, secaderos y cortijos, en pleno corazón de la Vega de Granada. Un paseo sereno y lleno de historia, dedicado a todos los labradores que con sus manos labraron esta tierra fértil y a quienes hoy siguen manteniendo viva la tradición. Ideal para una mañana tranquila o una tarde de desconexión, esta senda invita a redescubrir el paisaje humano y natural que nos rodea, paso a paso.

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Puedes seguir el recorrido completo en tu móvil gracias a la app Wikiloc. Accede directamente a la ruta en este enlace:

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“Defiende Vegas del Genil – Ruta de los Labradores”

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¡Sal a caminar y descubre que la historia y la belleza de la Vega… empiezan en los caminos de tu pueblo!

Datos Técnicos de la Ruta

Distancia: 5,53 km

Desnivel positivo: 23 m

Desnivel negativo: 23 m

Altitud mínima: 610 m

Altitud máxima: 588 m

Dificultad técnica: Fácil

TrailRank (valoración de comunidad): 30

Tipo de ruta: Circular

Inicio/fin: Plaza de la Constitución de Belicena, Belicena Vegas del Genil – Conocido en Belicena como Dilar (Intersección Ventorrillo, Calle Real de Belicena, Avenida de Haro y Carretera de Santa Fe)

Comentarios técnicos

Distancia ideal para una excursión matinal o vespertina, perfecta para familias y vecinos que quieran reconectar con su paisaje y memoria agrícola.

Desnivel suave, apenas perceptible, se combate con pequeños repechos que aportan dinamismo y ritmo sin llegar a fatigar.

Nivel técnico fácil: sendero cómodo, con ganancias mínimas de altitud y sin tramos complejos, ideal para caminar sin prisas.

TrailRank 30 indica que es una ruta muy bien valorada por su entorno agrario, cercano y auténtico.

Diseñada para cualquier caminante: desde el paseante ocasional hasta el senderista que busca una experiencia tranquila con sabor a Vega.

Recomendaciones prácticas

– Sal temprano si es verano: el sol en la Vega no tiene piedad a mediodía.
– Si hace viento, lleva gafas o pañuelo: el polvo de los caminos sabe colarse sin avisar.
– Un bastón o vara puede ayudarte en tramos de tierra suelta o entre cañaverales.
– Haz una pausa junto a una acequia: escuchar el agua también es parte del camino.
– Lleva el móvil cargado, pero no lo mires todo el rato… la mejor señal es la del paisaje.
– Si vas con niños, conviértelo en juego: contad secaderos, cortijos o árboles singulares.
– Y sobre todo, deja el camino mejor de lo que lo encontraste. La Vega lo agradecerá.

Descripción de la ruta

La Ruta de los Labradores comienza en un punto que no necesita placa ni cartel, porque el pueblo lo bautizó hace mucho: Dilar. Es ese cruce de caminos que conecta la calle Real hacia Purchil, la avenida de Haro hacia la nueva circunvalación, la carretera del Ventorrillo y la que lleva a Santa Fe.

Para la gente de Belicena, Dilar es más que un cruce: es una brújula vecinal. Siempre ha estado ahí, presidido por una farola alta, un pino o una palmera. Su nombre viene de un antiguo afluente del río Dílar que pasaba por aquí, y que marcaba también el antiguo límite entre Belicena y Casas Bajas, perteneciente a Purchil, donde existía un puente para cruzar.

Este rincón ha sido testigo de todo: lugar de quedadas improvisadas, de juegos infantiles, de pasos de Semana Santa, cabalgatas de Reyes y carreras ciclistas. Incluso era tradición detenerse aquí para dar el pésame en los entierros, cuando la comunidad salía a la calle para abrazar el dolor ajeno.

Comenzar la ruta en Dilar es hacerlo desde el corazón de Belicena, desde ese punto que no aparece en los mapas pero que todos llevamos memorizado. Porque hay lugares que no se recorren, se recuerdan. Y este es uno de ellos.

Desde Dilar, tomamos dirección a Santa Fe, y tras dejar atrás la calle Lepanto, giramos a la izquierda por la calle San Cristóbal, aunque para cualquier belicenero seguirá siendo el Camino del Cementerio.

Un trayecto sereno, cargado de respeto y costumbre, que lleva al camposanto de Belicena, donde tantos silencios reposan bajo cipreses. Pero este camino es más que despedida: es también puerta abierta a la Vega, porque justo al pasar el cementerio, el horizonte se ensancha, el aire cambia de tono y el campo comienza a hablar.

Es aquí donde la ruta abandona el pueblo y entra en lo esencial: los márgenes de la tierra, los surcos y los senderos donde el paso se vuelve recuerdo y cada cruce es un guiño a quienes antes que nosotros, lo anduvieron con azada o cesta en mano.

Hasta llegar al cementerio, el camino nos regala hermosas vistas de la Vega que se adosa al pueblo, con huertas, secaderos y tierras de labor que anuncian el latido agrícola del entorno.

Junto a la Acequia Real, la ruta continúa adentrándose en los antiguos pagos de la Vega: el Pago de los Morales, el Pago del Tesoro y el Pago de las Moleonas. Cada nombre resuena como eco de tiempos de siembra y jornal, de lindes conocidas por quienes aprendieron a orientarse sin GPS, solo con la vista, el sol y los surcos.

El camino avanza entre secaderos, acequias y tierras sembradas, respirando el pulso lento del campo. Aquí, la Vega se muestra auténtica, sin artificios, tal como la trabajaron generaciones enteras.

Finalmente, alcanzamos el viejo Cortijo del Patas, desde donde la mirada se alza y se cruza con la nueva circunvalación: símbolo del presente que conecta Belicena con otros pueblos, con otras rutas, con el ir y venir moderno que, sin embargo, sigue pasando junto a la misma tierra que nunca dejó de estar.

Paralelo a la nueva circunvalación, el sendero continúa su curso entre la memoria del campo y el murmullo lejano del tráfico. Si miramos a la derecha, se abre ante nosotros una panorámica generosa de toda la Vega de Vegas del Genil: un mar de tierra fértil surcado por acequias y caminos que aún respiran trabajo y vida. Y en ese instante, uno no puede evitar reflexionar sobre la suerte de seguir caminando entre sembrados, de oler el campo, de escuchar el agua correr sin artificio.

Avanzando unos pasos más, divisamos a lo lejos el Cortijo de las Cañas, una construcción cargada de historia donde aún se conserva una pequeña ermita, ligada a una antigua leyenda popular. Cuentan los creyentes —y aún lo susurran los más mayores— que en su interior se encuentra la fotografía de un Cristo que, una vez al año, cambia su mirada. Durante décadas, los vecinos acudían en romería hasta este lugar a pedirle milagros con devoción sencilla, dejando promesas y plegarias entre sus muros encalados, en una tradición que aún permanece en el recuerdo de muchos.

Cruzamos la carretera por un pequeño túnel a la izquierda y accedemos a la vía que conecta Santa Fe con Belicena. Desde allí, nos adentramos en el Pago de los Prados, un extenso paraje de labor que ya mira de frente a nuestro vecino Santa Fe, donde los límites se dibujan con surcos, y los vínculos, con raíces compartidas.

Seguimos caminando por el Pago de los Prados, mientras los campos se extienden a ambos lados como un tapiz infinito de memoria y cosecha. A lo lejos, asoman los secaderos y algunas alamedas dispersas que bordean la Vega, como guardianas verdes del paisaje. Avanzamos hasta coger el Camino del Tercio, una antigua vía de tierra que nos conduce suavemente hasta uno de los rincones más singulares del camino: la Huerta de Santa María, también conocida por muchos como Huerta Jiménez.

Este encantador cortijo, construido a comienzos del siglo XX, se alza blanco y sereno entre el verde intenso que lo rodea. Su estructura alargada, con patio central y los secaderos al fondo, forma una imagen armoniosa que destaca sobre el paisaje y resume la esencia del campo trabajado. Aún sigue en activo, tanto como hogar como lugar de labor, recordándonos que aquí la historia no se abandona: se habita.

Pasear junto a la huerta es pisar sobre siglos de esfuerzo, sobre la herencia humilde de quienes labraron esta tierra a golpe de madrugón y esperanza. Colindante ya con Santa Fe, este tramo se convierte en punto de encuentro entre pueblos y generaciones, donde el canto de los pájaros y el susurro de las acequias ponen banda sonora al paisaje.

Y aunque mucho se ha contado de la Huerta de Santa María, aún quedan secretos por descubrir: anécdotas familiares, recuerdos escondidos, fotos antiguas que duermen en algún cajón. Porque hay lugares que, más que verse, se recuerdan. Y esta huerta, sin duda, es uno de ellos.

Este último trayecto nos conduce de vuelta a Belicena, cerrando el círculo con un suspiro, como quien regresa a casa tras haber recorrido los latidos de su propia tierra. Y al andar estos últimos metros, uno no puede evitar soñar: imaginar cómo, por estos mismos caminos, los labradores de antaño pedaleaban de noche con sus bicicletas, rumbo a las acequias, linterna en mano y esperanza en la espalda.

Aquí transitaron mulos cargados de aperos y, con el tiempo, también tractores rugiendo entre los surcos. Bajo la primera luz del alba, se escardaban a mano las malas hierbas entre los sembrados de tabaco, cuando aún el sol no apretaba. Se recogían los ajos uno a uno, tras ablandar la tierra con los instrumentos del mulo, y se colgaban las matas de tabaco en los secaderos, a la sombra de los chopos que danzaban en la alameda.

Se arrancaban papas como quien extrae un tesoro, con la certeza de que de esa cosecha dependería buena parte del año. Porque aquí el trabajo no era rutina: era vida.

Y al volver, paso a paso, comprendemos que esta ruta no es solo un camino entre pagos y cortijos. Es un homenaje sentido a los labradores de Belicena, a quienes con las manos llenas de tierra y dignidad tejieron la historia de esta Vega. Una historia que sigue latiendo bajo nuestros pies.

Y ya en los últimos pasos del camino, bajamos junto a los aromas familiares de Cafés Aguayo, mientras frente a nosotros asoma el Cortijo del Font, recientemente renovado, como un guiño al equilibrio entre tradición y futuro. A nuestra izquierda queda el Centro de Interpretación de la Vega, y justo junto a él, se alza firme y merecida la estatua en homenaje a los labradores, símbolo silencioso de todo lo que esta ruta quiere recordar.

Es aquí donde el nombre de la ruta cobra todo su sentido: Ruta de los Labradores. Porque no hay mejor forma de honrar a quienes hicieron posible este paisaje que devolviéndoles, aunque sea con los pies, el reconocimiento que tantas veces se les niega.

Giramos a la izquierda por el Camino Ancho, y poco a poco vamos regresando al punto de partida, al corazón de Belicena, cargados de esa energía que solo la Vega sabe regalar: el frescor de la tierra mojada, el canto suave del agua en la acequia, el murmullo de los sembrados… Todo se mezcla con los muros del pueblo, con sus rincones humildes, con esa manera tan nuestra de conservar las raíces sin dejar de caminar hacia adelante.

Porque Vegas del Genil no es solo un lugar: es campo que respira, memoria que vive y pueblo que resiste. Y esta ruta, paso a paso, lo demuestra.

¿Y tú, ya has recorrido la Ruta de los Labradores?

Te invitamos a caminar esta senda humilde y poderosa, donde cada paso rinde homenaje al trabajo silencioso que ha dado forma a nuestro pueblo. No hace falta buscar lejos lo auténtico: está aquí, en los caminos que aún huelen a madrugada y acequia, en los secaderos que cuentan historias sin hablar, en los campos que siguen latiendo bajo el sol.

Caminar por esta ruta no es solo hacer ejercicio: es mirar de frente a nuestras raíces, sentir orgullo por lo que fuimos y responsabilidad por lo que aún podemos preservar.
Porque la Vega no solo se cultiva: se cuida, se honra y se camina.

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