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Descubre el papel clave del Camino Viejo de Belicena durante el asedio final de Granada por los Reyes Católicos. Este histórico sendero, que cruzaba la Vega entre Santa Fe y Belicena, fue la arteria principal del Real de la Vega: un campamento militar que albergó a miles de soldados y al propio mando real. Hoy, caminar por él es recorrer el eco de la última frontera medieval. A través de fuentes históricas y memoria local, este artículo rescata su trazado, su valor estratégico y su silenciosa vigencia en el paisaje actual de Vegas del Genil.
En los últimos meses del asedio a Granada (1491-1492), los Reyes Católicos establecieron su campamento principal (Real de la Vega) en la vega granadina, en terrenos de la alquería del Gozco junto a la ermita de Santa Catalina (hoy entorno al cementerio de Santa Fe). En esta amplia llanura frente a Granada acamparon decenas de miles de soldados (unos 50.000 infantes y 10.000 jinetes según las crónicas). La vía que recorría de oeste a este este paraje fue el Camino Viejo de Belicena (resultado de los antiguos caminos de Belicena y de la Tarasca) y que probablemente debió de funcionar como calle principal del Real de la Vega”, con hileras de tiendas de campaña alineadas a ambos lados del Camino Viejo de Belicena (García & Orihuela, Estudios sobre el Real de la Vega, 2022).

A finales del siglo XV, la Vega de Granada era una frontera viva. En ella convivían todavía alquerías nazaríes de Balaysana (Belicena), Borch Hilall (Purchil) y Harab Anrůt (Ambroz) con el temor y la expectativa de lo inevitable: la caída del Reino de Granada. Las tropas cristianas habían avanzado desde Loja y Moclín, y los reyes Fernando e Isabel decidieron fijar su campamento en Santa Fe, junto a la antigua alquería de Al-Gozco, a apenas unos kilómetros de Balaysana (Belicena).
Desde allí, en 1491, se organizó el cerco final a la capital nazarí. Santa Fe fue mucho más que un campamento: fue la primera ciudad cristiana planificada en Andalucía, símbolo de la firmeza con la que los monarcas querían sellar el destino de la guerra.
Y en torno a ese núcleo, los caminos de la Vega, incluido el que unía Belicena con Granada y Santa Fe, se convirtieron en arterias de paso para soldados, carros y mensajeros.
Aunque los archivos no lo nombren con exactitud, el Camino Viejo de Belicena era una vía de comunicación entre el antiguo reino nazarí y la llanura conquistada. Por él transitaron no sólo campesinos y mercaderes, sino también tropas cristianas que se dirigían al frente. Era un corredor natural entre el río Genil y las tierras del campamento real.
En esa línea de tierra se cruzaban el polvo de los carros, el olor de la pólvora y la incertidumbre de un mundo que cambiaba. El cronista Pedro Mártir de Anglería señaló que las tiendas reales se situaron “en lo más fuerte y seguro del Real”, precisamente en torno a este camino.
Mientras en Santa Fe se levantaban los muros de la nueva ciudad, Belicena y sus alrededores se convirtieron en la retaguardia del asedio, zona de paso, de descanso y de observación del enemigo. Las acequias del Real y de la Madre sirvieron como trincheras inundadas, marcando la defensa sur del campamento, justo donde hoy cruza el camino.
Cuando el 2 de enero de 1492 Boabdil entregó las llaves de Granada, el paisaje de la Vega comenzó a transformarse. Las alquerías nazaríes fueron repobladas por colonos castellanos, y los caminos antiguos, como el de Belicena, se mantuvieron como ejes agrícolas y de comunicación.
El Camino Viejo dejó de ser senda militar para volver a ser camino de labranza, pero conservó, sin saberlo, el peso de una historia que nunca se borró del todo.
El repartimiento de tierras tras la capitulación convirtió al Camino Viejo en un eje parcelario, mencionado en los Libros de Apeo de 1571 como referencia para delimitar pagos agrícolas como El Tercio y El Cuartillo.

Caminar hoy por el Camino Viejo de Belicena es recorrer un hilo que une cinco siglos de historia. Cada curva, cada acequia, cada secadero que se levanta junto al camino, guarda en silencio las huellas de aquel tránsito entre la guerra y la paz, entre el Islam y la Cristiandad, entre la Granada nazarí y la Castilla recién unificada.
Esa tierra, la misma que hoy pisamos al ir al trabajo, al campo o al colegio, fue escenario del último gran pulso de la Edad Media en la península.
Y aunque el tiempo lo haya domesticado, su trazado aún recuerda el sonido de los cascos, el rumor de las acequias y el murmullo de los rezos que acompañaron a ambos bandos.
En Vegas del Genil tenemos la fortuna de vivir sobre un suelo que es historia viva. Reconocer el valor del Camino Viejo de Belicena es también proteger nuestra identidad como pueblo: la de un territorio que fue paso, encuentro y frontera.
Cuidar sus márgenes, mantener su traza y divulgar su historia no es nostalgia: es memoria activa.
Porque defender la Vega es también defender su pasado, su voz y sus caminos.
Como recogía el artillero Francisco Pizarro en su testimonio de 1532, “en el lugar del cementerio yace el rastro del Real de Sus Altezas”, a escasos metros del Camino Viejo.
Vestigios que perduran
Aún hoy, el Camino Viejo de Belicena puede recorrerse en parte siguiendo tramos que bordean el cementerio de Santa Fe, cruzan acequias históricas como la Real Vieja y la de la Madre, y pasan junto a pagos agrícolas con nombres antiguos: El Tercio, Cuartillo, Cementerio. Esas huellas parcelarias, visibles en mapas de catastro, son las cicatrices del Real.

El Camino Viejo de Belicena no es ruina ni leyenda: es vértice de memoria. Y está esperando que lo volvamos a caminar con los ojos abiertos.